Alberto Breccia, «La gallina degollada» (de Horacio Quiroga) |
En el suplemento cultural o en las páginas de cultura de un diario español que todos leemos (al menos esas páginas), aparece hoy la entrevista a una joven escritora latinoamericana. Es meritoria por ser joven, por ser escritora, por ser latinoamericana y porque hay algo siempre deseado en ese retorno a la madre patria que nos hace suponer una especie de consagración automática que, de alguna manera, nos redime y nos venga. Nació en un lugar de Latinoamérica que los que nacimos en el Río de la Plata, fatalmente condenados a un resentimiento atávico, consideraríamos profundamente latinoamericano, distinto del resto de los lugares latinoamericanos por los que nos movemos y de los que nos cuesta creer que estén en realidad ahí, en el mismo culo del mundo en el que estamos nosotros (que nos creemos españoles, franceses, norteamericanos y cualquier otra cosa que no destile olor a indio, mucho calor o mucho frío o piñones en una cazuela sobre el fuego). El título de la entrevista, con una estructura similar a la del típico cuestionario Proust, es algo así como: «Una vez soñé con una nave espacial. Evidentemente, eran marcianos».