Juan José Becerra, El artista más grande del mundo, Buenos Aires, Seix Barral, 2017; 296 pp. |
[p. 148] Después descubrí que escribir es lo contrario de pensar y que el pensamiento debe desprenderse de la escritura, o de la voz, como gotas que se desprenden de un deshielo, pero nunca precederla. El caballo es la escritura y el carro el pensamiento. Me dan pena los escritores que anotan en su bitácora el futuro de sus personajes, los planos de los capítulos, todos los elementos de una «evolución». Es la novela la que tiene el plan para el escritor, y ese plan es el desastre formal.
[p. 216] Al menos no en una novela que se escriba hoy, cuando el lector de novelas se ha vuelto cada vez más idiota, cada vez más «niño», cada vez más incapaz de relacionarse con la experiencia de leer que no es otra cosa que la experiencia de esperar, ese tipo de lector aborrecible que ya nunca más logrará distinguir el régimen de la ficción artística de la transmisión de noticias.
[p. 230] ...es necesario rescatarlo para que enfrente al único desafío que debe asumir un escritor: contar lo que desconoce.
La lengua con la que se cuenta lo ignorado viene sola con la sorpresa que la trae, entra a la literatura y se comoda, y de ella sólo valen las vibraciones internas ya que no el estilo, que es cosa de boludos.
[p. 196] Es una «pérdida». Hace rato que la literatura no tiene un destino, y no tiene un destino porque es el arte menos snob en la historia de la humanidad. La literatura te pide un tiempo que no se puede dar: ya no. Digámoslo así: ya nunca más. [...] Pero la literatura se mete con la vida, es decir que vos das tiempo y tenés literatura, y si no se lo das no la tenés. Es una relación que hay que asumir. Entonces, ¿qué pasa? Pasa que nadie quiere hacer esa inversión.