10 abr 2016

Marcelo Cohen [El fin de lo mismo]

Marcelo Cohen, El fin de lo mismo, Santiago, Hueders, 2015 [1992]; 284 pp.
Tienen la dulce constancia del parpadeo de un idiota. [p. 8]

El mar es una ilusión de continuidad que a cada instante se pulveriza en violencias. La arena misma, para empezar, es un cementerio que se entibia al mediodía. Algunas veces, cuando baja la marea, el ojo descubre el vendaval de muerte condensado en la quieta gelatina de las medusas varadas. Fuera de esas reliquias, la energía criminal del mar suele esconderse en los olores que exhala. [p. 16]

Hizo una venda con un pañuelo, se la anudó en la nuca y acostado al sol esperó dos horas a que el ruido de las olas le durmiera, más que el dolor, la fiebre del pensamiento. [p. 32]

...dijo Jolxen. «Caraxo, hay días que es como si hiciera las frases con la descomposición de otra cosa». [p. 70]


Ni siquiera raleados los presos conseguían ser una comunidad. Y es que cada uno se tomaba a sí mismo muy en serio. [p. 88]

Bajo un espeso cielo sin luna hay un edificio, en el edificio varias ventanas abiertas, aunque ninguna iluminada, y cerca de una de esas ventanas un hombre pensando que ocupa el centro de la noche. [p. 153]

En la copa había enormes dedos de enfermeras culminando brazos menguantes y al final diminutos, una pequeña caja registradora, un remoto ventanal, distintas cabezas que en su diversidad minúscula parecían inmóviles, y las campanas de vidrio con sándwiches y el ventilador del techo arriba en retirada, y el suelo abajo en retirada, y la frente de Enzatti en retirada, dejando el primer plano a la monstruosa chatura de la nariz, tan alejada de los ojos, todo definido y dispuesto en un fresco nimbo verdeamarillo: la la realidad acabada. [p. 159]

Pero nada garantiza que lo ridículo sea falso, ni siquiera inverosímil. Justamente porque no se puede explicar, lo ridículo es inobjetable. [p. 162]

Ni siquiera hace falta vigilarlos. Los vigilan las frases que tienen implantadas en el cráneo. No quieren ser otra cosa que esas frases, o el personaje que elijan de las novelas de Musanti. Cuando no copian a alguno de esos mamarrachos, imitan lo que hace tiempo aceptaron ser. Comen mal, se compran zapatillas de colores, crían músculo, tragan píldoras, intrigan, se filman. Siempre hay un papel que los vigila. Ahí les caben los deseos, como fruta en conserva. Pero cuando el papel exige, también pueden tener ambición. En otros tiempos hubieran tenido destino, ahora solo tienen un papel, líneas breves y secundarias en una superproducción ajena. Por eso no conocen la voluntad ni al culpa, y son peligrosos.
Tendría que cuidarme, pensó. Primitivos urbanos. [p. 244]

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