Roberto Videla, Perla, Córdoba, Llantodemudo, 2015; 102 pp. |
[p. 15] Verán los que pasan, caminando o en auto, a un señor maduro, a un viejo —me es tan difícil escribir eso de mí— sentado ahí, en la vereda de la Perlita, la que hizo nacer a medio pueblo, la partera más querida de las tres que había. Otra era la partera Pilar, madre de la Pety, una amiga, la otra no recuerdo, tal vez era dos nomás.
[p. 18] Se ve el esfuerzo que hace por recomponerse de los pensamientos tristes.
[p. 27] No era triste, no es triste, aunque suena un poco a cansancio. Es como una fórmula: algo ya ha sido hecho, otra cosa está por comenzar.
[p. 36] No hay otro lugar mejor en el mundo que este, aquí: todo es redondo y cierto.
[p. 66] Ay, si yo hubiera sabido… tendrías que haber hablado conmigo, ¿por qué no me dijiste, por qué no me contaste?, yo te habría ayudado, no hay que hacer esas cosas, no, no hay que hacerlas, no hay que equivocarse así, no hay que equivocarse como nosotros hicimos con nuestro hijo mayor.
[p. 72] Casi todo el pueblo, los adultos y tantos niños de mi infancia, los gatos, los canarios y los perros, las golondrinas de la primavera, los caranchos y chimangos que giraban altos sobre el matadero municipal, el burro disfrazado de camello de los Reyes Magos, los caballos que tiraban de los sulkys, ha muerto.
[p. 90] La imposibilidad es lo que nos distingue, eso no lo puedo cambiar.
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